"Calle Atlántida, número 15"

No había sido un buen día. La del quinto y su novio con las manos por debajo de la ropa y apenas capaces de sostenerse en el espacio del ascensor. La vieja enana del segundo y la estirada del cuarto cambiándose insultos a causa de un cocido y el perfume a garbanzos de ciertas sábanas. Uno nuevo para el otro piso del quinto, el hotel pirata, con cara de llevar pocas horas en Europa y de no saber muy bien dónde se está metiendo. Los cabrones del cuarto con su niño de tres años berreando, como siempre. El caniche de peluquería de la zorra retintada del primero ladrando para que su dueña lo suelte y pueda mear a gusto junto a la pared en la que están los mandos…
Rebobinaba la cinta a la vez que saboreaba una cerveza de importación, ofuscado. Desde que se mudó al bloque 15 de la calle Atlántida su vida se estaba volviendo un desastre, especialmente los días en los que el bombón del tercero no salía de casa o le daba por mover su lindo culo y bajar y subir andando las escaleras. Tendría que instalar más cámaras en las luces de emergencia de cada planta. Lanzó un par de maldiciones al aire y paró la cinta. Mientras aliñaba con rigor espartano su ensalada de nuez, apio y cuscús natural, pensó que corrían malos tiempos para su gremio: una década de postmodernidad y a punto de extinguirse la noble cofradía de los porteros de barrio.

Este es el inicio del relato "Calle Atlántida, número 15" que Alba González Sanz ha incluido en La edad del óxido.

2 réplicas admitidas:

Anónimo dijo...

Siempre pienso que en los ascensores hay cámaras ocultas, ahora pensaré que también las hay en poratales y escaleres con lo que ya no hay espacios para hacer cosas mal vistas, alguien te puede estar viendo bien. Impaciente quedo por ver que y cómo lo ve el de Atlántida 15.

Anónimo dijo...

A este relato le falta un personaje, claro... pero eso lo supimos tarde;)