La edad del óxido en "Lo que hay que oir"


Acaba de salir La edad del óxido, que es, como su mismo subtítulo indica, una «Antología de jóvenes narradores asturianos», a cargo de la editorial Laria. O mucho me equivoco o los diez antologados están tomando el relevo de lo que en su día significó el grupo de «Pretextos», es decir, los Saúl Fernández, Rubén Rodríguez y compañía, y en otro día más lejano, ay, los que hacíamos «Juan Canas». Nacen los «óxidos» en torno a los ochenta, se vinculan la mayoría con el campus del Milán y presentan juntos esta colección de relatos, utilísimo termómetro para calibrar la temperatura de nuestra narrativa de ahora mismo.

Amén de las consideraciones que plantea Rafael Reig en el prólogo, se hace notar la ocupación muy pluridisciplinar de los elegidos. O sea, algo parecido a aquellos nueve novísimos que, en su momento (¡hace 40 años, madre del Amor Hermoso!), se declaraban diletantes del cine, la música o el cómic. No se confiesan lectores de Joyce, Kafka, Proust y Faulkner (como era de rigor en mi generación: además de Lenin) ni abrazan la posmodernidad de los «pretextos», son más multimedia, si así se puede hablar: tocan todos los palos artísticos que pueden, afortunados ellos. Y, sin embargo, se muestran muy clásicos escribiendo: alguno de los relatos es estándar total (entiéndase como piropo agradecido); otros, muy narrativa hispanoamericana de la segunda mitad XX; no faltan el narrador tramposo, ni el experimentalismo muy de los setenta (experimentalismo clásico, cabría decir). Muy cuerdos, muy en la línea recta, no van de revolucionarios de la prosa. Puede verse La edad del óxido como un parte de defunción de aquellas aventuras intransitivas y bastante agilipolladas que florecieron con la movida madrileña y que, como se ve, no dieron leche alguna. Es más, estos jóvenes cuentan una historia (o cuatro en una, como es el caso) sin verse impelidos al anacoluto, al analfabetismo orgulloso o a la sinsustancia. Qué alegría más grande.

Supongo que estarán que echan las muelas quienes no se ven recogidos en esta muestra y se sientan merecedores de ello. Pues nada, que hagan otra. Porque tal parece que moverse un poco (hacer una antología) signifique de inmediato ponerse de blanco de feria. No está éste, falta la otra: el encanto del criticón. Como si comprobar que esto de la literatura sigue adelante en manos más jóvenes escociera, en lugar de considerarlo una noticia estupenda. Soy de los que piensan que más leña, más fuego, de ahí que reciba aplaudiendo La edad del óxido y más aplaudiría si más antologías hubiese. Necesitamos entender lo que hay y las voces nuevas echan una mano, empujan a la generación anterior y nos espabilan a todos, amén de establecer un punto de referencia para el análisis. Ahora sólo les queda a Sofía Castañón y sus muchachos seguir escribiendo, o sea, lo más difícil.


La columna "Lo que hay que oir" es de Paco García Pérez y salió publicada ayer en el suplemento Cultura de La Nueva España.

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