Dos perros

Mamá nunca me había dejado tener animales en casa. “Manchan mucho” “son demasiada responsabilidad”, me solía poner excusas de esa clase. Lo más parecido a animales de compañía que llegamos a tener fue un pez, un pez naranja y sin nombre que daba vueltas sin parar en una pecera redonda y que murió al mes de haberlo comprado en el rastro de los domingos. No miraba demasiado aquel pez. Un día el agua se volvió turbia, el pez murió, lo tiré por el retrete, mamá usó la pecera para plantar cactus y eso fue todo.

Yo hubiera querido tener un perro o un gato, un animal calentito y peludo que me cogiera cariño y me obedeciese. Me gusta la fidelidad de los animales, muda y evidente. Me gustaban los perros, sobre todo, incluso hasta el punto de ponerme de su parte frente a los gatos en cualquier conversación de recreo o café. “Los perros son más buenos, son más fieles, son más listos”, los tópicos de siempre. Me hice con un libro de razas y me las estudié todas. Así sabía decir cosas como “los pug son los perros más limpios, se lamen todo el cuerpo como los gatos”, “el shar pei es en realidad un perro de pelea y su nombre significa piel de tiburón, por lo duro que es su pelaje”, “antes se utilizaba a los fox terrier para buscar ratas. Había concursos y todo”, “A los perros a los que les gusta menos salir de casa es a los afganos y a los buldog”, en fin, y así un montón de cosas más. Pero lo cierto es que todo lo que sabía de ellos era eso, lo que había leído en los libros, pues ni siquiera mis abuelos tenían animales Mi abuela paterna les daba de comer a los gatos del pueblo hasta que murió cuando yo tenía nueve años. Esos fueron los animales más cercanos a mi vida, gatos sucios y hostiles que se acercaban cada mañana y cada noche a reclamar su plato de alimento. Mi abuela se dejaba gobernar por ellos como antes se había dejado gobernar por su madre, por su marido y hasta por sus hijos. Cuando éstos se fueron de casa parece que encontró en los gatos su dosis de esclavitud necesaria para no perder el norte.

Este es el inicio del relato "Dos perros" de Sibisse Rodríguez, incluido en La edad del óxido.

0 réplicas admitidas: